La vida espiritual del Padre Luis era profunda y alimentada de simples y esenciales elementos. Su visión teológica hacía referencia a la teologñia de la kénosis, a
El Padre Luis buscaba todos los modos posibles para vivir en su vida esta verdad de fe. Practicó la humildad en sumo grado, dando ejemplo él primero, buscando en todo considerarse nada, deshaciéndose de todas sus propiedades, hasta de su ropa. Al final de su vida se puso bajo la guía espiritual de una de las Hermanas, a quien le pedía que le ayudara a vencer hasta la última resistencia, la que según él era la tentación más peligrosa: el orgullo espiritual de considerarse algo importante por el hecho de ser fundador.
Y quiso imitar a Jesús en la inmolación, dando toda su vida en favor del prójimo, sin retener absolutamente nada para sí, mortificándose continuamente hasta los límites del exceso.
Quería ser “una copia de Jesús”, tenía un gran amor por la humanidad del Hijo de Dios, sentía una incontenible sed de Dios que sólo podía saciarla en
No se resistía a fomentar rasgos interesantes de la religiosidad popular. Uno de ellos, entre otros, la práctica de la comunión de los Santos, su devoción a una serie impresionante de santos: desde
Toda su vida ha sido como un Oratorio compartido con todos los santos, cuya presencia casi física advertía.
No dejó escritos de gran valor teológico, pero quedan algunos apuntes personales y, sobre todo, numerosas cartas que el santo escribió a sus Hermanas, para animarlas, para seguir su itinerario espiritual; en ellas ha vaciado toda la intensidad de su vida cristiana y sacerdotal; en ellas se puede percibir la esencia de su dinamismo apostólico.