En los primeros 70 años del siglo XIX el Friuli fue escenario de nada menos siete guerras que sembraron por doquier carestía y epidemias como el tifus, la peste, el cólera, la viruela y la tuberculosis, enfermedades que causaron por todas partes miseria y muerte.
El Padre Luis era originario de esta tierra, era parte de esta gente, de esta historia, y llevaba en sí los signos de una sociedad atormentada, por lo que decidió entregarse enteramente a obras de caridad.
Emprendió varias iniciativas; de modo particular se dedicó a la promoción de la mujer; acogió y dio refugio a muchas niñas indigentes, pobres y/o huérfanas, ofreciéndoles una casa y cuidados, sobre todo en cuanto a su educación e instrucción; preparó a muchas jóvenes en lo humano y profesional para que pudieran después tener una vida digna.
Estaba presente con su generosidad en las emergencias de la ciudad: heridos de guerra, enfermos, abandonados y necesitados. Esas emergencias fueron las que determinaron después la apertura hacia otros ámbitos de servicio en los que se ocuparon sus religiosas.
Además, no dejaba a un lado la colaboración en otras obras que iban naciendo en la ciudad para el bien físico y moral de la población. Todo ello valiéndose de la colaboración de algunas mujeres a quienes capacita y prepara como maestras y enfermeras. Ellas serán las futuras Hermanas de
Hoy las hijas de San Luis trabajan en varias partes del mundo, dedicándose a los pobres con amor y capacidad siguiendo las huelas del fundador.
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